lunes, 2 de diciembre de 2013

"Desde la fría tierra elegida hasta el calor de la tierra natal" Anécdotas de mi viaje a Buenos Aires - Introducción

Buenas noches queridos lectores de Holanda Hispánica! Ya estoy de regreso, después de unas merecidísimas vacaciones!

Como ya había anticipado antes de irme y tomar una pausa, he estado de viaje por tierras natales, mi país, Argentina. Hacía 5 años que no viajaba y, claro, todo se ve diferente cuando uno está tanto tiempo fuera.

De viaje con mi hija

Desconectada de mi vida allí, en los últimos 5 años me he dedicado a establecerme más en el país elegido, Holanda.

Argentina me recibió justo después de las elecciones para senadores nacionales, por lo que el recibimiento al llegar al aeropuerto de Ezeiza no fue tan cálido como esperaba. El clima era bueno, pero el 'ambiente general' de Ezeiza, me fue difícil de sobrellevar.
También debo alegar que entrar como turista holandesa (por primera vez) no hizo que todo me resbalara fácilmente.



Venía de un vuelo de casi 22 horas (con cambio de horario incluído) vía Estados Unidos con una escala en la ciudad de Atlanta, donde tampoco el 'ambiente' era livianito. Los estadounidenses están cada vez más exigentes a la hora de hacer las migraciones (toman tus huellas digitales, fotos y hasta me preguntaron de qué trabajaba!) y con sus exhaustivas medidas de seguridad.
Además que viajar sola con una niña pequeña (2 años y medio) es bastante duro. No me quejo, ella se comportó de manera excelente, pero sí fue un viaje bastante agotador. Demasiadas horas de vuelo, las piernas entumecidas, pocas horas de sueño y con mi atención completamente puesta en mi hija.

Por otro lado, quedé completamente satisfecha con la compañía aérea. Hasta último momento no tenía asientos asignados (ésto por una clara falta de organización personal, que al final resultó ser un beneficio.) Igualmente, la gente de Delta me atendió perfectamente, teniendo en cuenta que íba sola con mi hija y que necesitaba asientos contiguos. Me ubicaron en la parte trasera, muy cerca de los toilettes, lo cual fue ideal, ya que viajar sola con una niña tan pequeña me obligaba a llevarla conmigo a todas partes.
La atención fue muy buena, la comida estuvo bien y hasta ví un documental muy interesante mientras mi hija dormía.
El que ella tuviera su propia pantalla para ver películas (su favorita Peter Pan y la serie de la princesita Sofía fueron las que más pidió) fue ideal. Me salvó de tener que pasar horas entreteniéndola. Aunque habíamos llevado libritos para pintar, stickers y demás.

El viaje transcurrió muy bien. En el primer tramo desde Amsterdam a Atlanta, mi hija vió sus pelis, jugó conmigo y juntas pintamos y pegamos stickers en su librito de colorear.
En Atlanta tuvimos los controles y la espera fue corta.
El viaje desde Atlanta a Buenos Aires pasó tranquilamente, mientras ella dormía a mi lado y yo intentaba pegar ojo, aunque no dormí más que un par de horas.

Nos despertamos con una bandeja de desayuno casi dos horas antes de arribar a suelo argentino. Despegamos los ojos y allí se veía, la magnífica ciudad de Buenos Aires en pleno amanecer.
Había sol y muy dentro de mí sentí una gran emoción.

Ni bien bajamos del avión, empezó el caos. Había vuelos retrasados llegando al mismo tiempo, muchísima gente, y sobre todo, mucho malhumor.
En Ezeiza me sentí inmediatamente vapuleada por otros congéneres argentinos. Como madre soltera en viaje, esperaba al menos que alguien se ofreciera a ayudarme con mis valijas. Me sentí desamparada, agotada y sobre todo, teniendo que lidiar con la agresividad de los demás. Es escasa la organización de la gente de seguridad del aeropuerto, mientras luchaba con poner las valijas en el carrito y mi hija berreaba a grito pelado, en algún momento se me acercó un chico joven con uniforme del aeropuerto y me guió hasta una fila de gente (había 4 filas diferentes) donde se suponía se le daba privilegio a las personas discapacitadas y a los padres con carritos y niños. Ni bien me pongo en esta cola, desde atrás de una columna veo que un hombre se pone delante mío. Le dije que estaba yo antes y me miró con cara de pocos amigos, señalando hacia atrás suyo, donde hacía rato se había formado otra larga cola similar perpendicular a la que yo me encontraba. Sentí bronca, frustración. Y no sólo me ví confrontada con estas viejas y típicas actitudes de la gente, sino con el hecho de que lo que en 5 años había estado tratando de evitar volvía a mí irremediablemente.
Por supuesto, una madre agotada, una madre leona como yo, tuvo que detenerse dos minutos y darse de pleno con la realidad.
Mi hija gritando y llorando, mientras yo sola tiraba del carro con las valijas, el cochecito, el bolso de mano y una mochila.

Fue salir de migraciones y aduana y allí estaba mi buena amiga Vero esperándonos con los brazos abiertos.
Qué emoción, qué alivio! Ver una cara conocida entre tanta cara amarga!

Mi amiga insistió con tomar un café en un bar, pero yo sólo quería marcharme de allí lo más pronto posible. Me corría la necesidad de escapar de todo eso, me sentía rara, extraña.

Ya en el auto, rumbo a casa de mi madre, intenté vaciar mis pensamientos mientras miraba mi ciudad desde la ventana, una ciudad a la que hacía tanto tiempo no había vuelto a ver.
La ciudad que me vió nacer. Donde viví tantos momentos importantes. Quería entrar con una mirada vacía, plena.
No quería dejarme ganar por el cansancio ni la impaciencia, cosa que, admito, no es mi fuerte. Me cuesta mucho. Soy una persona muy impulsiva.

El viaje comenzaba arduo, se trataba más que nada de un viaje de autoconocimiento y también autocorrección. Si me dejaba ganar por las primeras apariencias, estaba empezando con la pierna izquierda.

Mi hija lo llevaba bien, por suerte. Como madre, sé que mientras mis hijos se encuentren a gusto, todos contentos y tranquilos. La mitad del trabajo hecho es tener a tus hijos satisfechos y felices.

Recorriendo las calles, miraba reconociendo lo viejo, lo que volvía, mis recuerdos de lo que había dejado atrás. Bocinazos, gritos de un auto al otro. Si me dejaba guiar por lo externo, podría decir que casi casi hubiera preferido volver atrás, a casa en Holanda, donde todo es más tranquilo y seguro. Donde sé qué esperar y a qué atenerme.

Pero sabía, muy dentro de mí, que ésto recién empezaba. No íba a dejar que unas cuantas caras largas me estropearan mi viaje. Recordando al mexicano Miguel Ruiz, con sus sabias palabras, en su libro "Los Cuatro acuerdos" me dí cuenta que todo esto era parte del encanto. Era cuestión de relajarme, disfrutar del momento y principalmente, no tomarme nada personalmente.

Así, con este pensamiento, inicié mis pasos hacia atrás y hacia adelante. Este camino de autoconocimiento empezaba como un vendaval y yo no íba a dejarme ganar por la negatividad. De esa negatividad venía ya escapándome. No íba a arruinar este encuentro conmigo misma, mi pasado, mis amigos, mi familia, mis raíces y mi identidad así nomás.

Las cartas estaban echadas.

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